Es tradición inveterada que los medios y periodistas todavía ejercen su noble oficio amparados en las bases teóricas y prácticas fundamentadas en el siglo XIX en los Estados Unidos; sobre todo, en aquel periodismo que se denominó de investigación y que, de alguna manera, se dedicó a vigilar (y "castigar") en nombre de los ciudadanos, es decir, de sus propios lectores, a quienes detentaban el poder y que estaban en los cargos públicos y privados asumiendo decisiones que afectan a todas las personas. Se me ocurre pensar con ojo desprevenido, que esta función también la hacen las entidades encargadas de vigilar (y estos sí de castigar") a quienes no cumplen con la Ley.
Esta clase de periodismo ha tenido cabida porque en la Constitución Política de Colombia "se garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, la de informar y recibir información veraz e imparcial, y la de fundar medios masivos de comunicación. / Estos son libres y tienen responsabilidad social. Se garantiza el derecho a la rectificación en condiciones de equidad. No habrá censura". (Art. 20. C. P. C.).
Por supuesto, en el ejercicio periodístico comenzó a tener clara preponderancia el periodismo meramente noticioso, en el que los periodistas -se supone- dedican su esfuerzo a informar sobre los hechos y no los califican. Por su parte, los dueños de los medios de comunicación se reservaron para ellos y para algunos otros (como que cada vez son más) que no son necesariamente periodistas (ni de academia ni de oficio), un muy buen espacio para generar opiniones y expresar sus propios juicios de valor sobre diversos acontecimientos. Esto, bajo la premisa de que los medios deben servir de orientadores de la opinión pública.
Cuando se presentó esta separación entre periodismo noticioso y de opinión, aquel comenzó a trasegar por el camino del sensacionalismo: sexo, poder, dinero, corrupción y crimen fueron sus ingredientes principales. Este hecho desplazó sustancialmente al periodismo de investigación que, aunque no cumplía con los parámetros e impedía, de cierta manera, la relevante entrada de la publicidad como una fuente segura de ingresos, si aportaba conocimiento y facilitaba que los medios cumplieran el mandato social y político para el que, desde mi perspectiva, fueron creados: la contribución en la comprensión y explicación de los fenómenos sociales, económicos, culturales y políticos, con los que se puede persuadir, formar y educar a los lectores.
A propósito de la celebración y conmemoración, mañana 9 de febrero, del Día nacional del periodismo, quisiera pensar que nuestros periodistas -no solo los de esta ciudad y región, sino en general los de este país-, junto con la academia, empresarios, Estado y ciudadanos en general, haremos una muy juiciosa reflexión sobre la trascendencia del conocimiento social generado por su quehacer cotidiano, como un elemento vital en el devenir de los desarrollos de las sociedades. La pregunta, entonces, sería si hoy por hoy los medios y los periodistas le aportan sustantivamente a la consolidación del patrimonio cultural y científico de las comunidades y de las sociedades.
No dudo, como lo dicen los expertos en estos temas de la información y la comunicación, que el ejercicio periodístico de hoy es muy diferente del que se hacía hace por lo menos 20 años. Esto es fácil probarlo, si se tienen en cuenta los avances tecnológicos que han llevado a que se cambie todo el aparato mediático; hay nuevas formas y espacios: ciberespacio, hipertextos, virtualidades…; se dan nuevas gramáticas a tal punto que ya no es fácil diferenciar en los periódicos una noticia de una opinión (o viceversa). Los expertos hablan de migraciones de contenidos, de anunciantes y, por supuesto, de lectores, que tienden hacia lo multimedial y hacen posible, claro, hablar de periodismo de ceros y unos.
Que mañana -y siempre- celebremos y conmemoremos el Día del periodismo y del periodista, es mi deseo, pensando con juicio y sindéresis sobre las infinitas posibilidades que con este oficio se tienen de vitalizar un desarrollo humano sostenible, que sea producto de una capacidad narrativa que navegue por los caminos del análisis, la comprensión e interpretación de todo lo que se presente, y que no se quede haciéndole el juego únicamente a los dueños de los medios y los empresarios quienes abogan por una neutralidad mal entendida.
Ojalá todos -y no solo los periodistas- entendiéramos que este noble oficio debe contribuir en la construcción de una vida más justa y equitativa; una vida feliz. ¿No es acaso esto último lo que todos buscamos?
Que los periodistas reciban desde la Universidad de Manizales, un abrazo solidario y de agradecimiento.