Efraim Osorio López
ephraim56@yahoo.com
En el cuento, “Rosaura y Recaredo”, escribí lo siguiente: “…recibía (el grano de café) el último tratamiento, el secado, cuyo lapso de tiempo dependía de la presencia del sol…”.
Un amigo, con cierta benevolencia maligna, me dijo que la expresión ‘lapso de tiempo’ era pleonástica, que el solo término ‘lapso’ expresaba la idea de “período determinado de tiempo transcurrido”. Y cavilé, aunque a mí, como a Dios, después de crear la luz y todo lo demás, me parecía que estaba bien.
La palabra ‘lapso’ viene del latín ‘lapsus’ (del verbo ‘labi’, ‘caer, deslizarse, descender’, y quiere decir “todo movimiento, corrimiento o curso rápido: caída, acción y acto de caer; paso, tropiezo, traspié”); significa también ‘marcha, curso de los acontecimientos, caída, engaño, pecado’, y muchas acepciones más.
Esto, en latín. La Academia de la Lengua le asigna apenas tres en su diccionario: “Paso o transcurso. 2. Tiempo entre dos límites. 3. Caída en culpa o error”. Por lo cual, ‘lapso’, él solito, no significa necesariamente “período o transcurso de tiempo”.
En la siguiente muestra se puede obviar el complemento ‘de tiempo’, que, en otros, casos, hay que expresarlo, porque ya está mencionado en la oración principal: “Gustavo Petro estuvo en el Congreso durante veinte años, lapso en el cual se dedicó a criticar la administración que los alcaldes les daban a las basuras”. No es, pues, pleonástica mi frase, como sí lo es la siguiente: “En un lapso de tiempo de quince días”, en la que sobra ‘de tiempo’: “…en un lapso de quince días”.
Como tampoco es pleonástica la siguiente frase: “…durante un lapso indeterminado de tiempo”.
Entre paréntesis, con el vocablo latino, ‘lapsus’, nos quedaron las locuciones ‘lapsus linguae’ (“error involuntario que se comete al hablar”) y ‘lapsus calami’ (“error que se comete al escribir”). A los que le podemos añadir ‘lapsus machinae’, para echarle la culpa al ordenador cuando salen en el periódico las barrabasadas que escribimos, y no corregimos, por no hacer borrador.
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Leyendo la siguiente frase del doctor Jorge Raad Aljure me di un tropezón de película: “El control inicial comienza identificando y modificando, los factores de riesgo…” (LA PATRIA, 4/12/ 2012). El golpe lo recibí de esa coma insignificante, pero en ese lugar del tamaño de un barranco, porque en tal construcción gramatical dicho signo ortográfico separa el complemento de sus verbos correspondientes, lo que es incorrecto y, además, pernicioso para el lector, pues le hace aplicar los frenos intempestivamente. Operación muy peligrosa, como lo enseña la experiencia.
Afortunadamente, el columnista es médico y conoce cuál es la medicina para él, para mí y para sus lectores.
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A don Miguel de Cervantes Saavedra le gustaba mucho el refrán “A la ocasión la pintan calva”, tanto, que lo empleó en sus obras muchas veces, algunas de éstas echando mano sólo de partes de él, y, en otras, cambiándole los términos, como en estos versos de la Primera Jornada de “El Rufián Dichoso”, en los que Lugo alude a él: “No importa nada. / Asgamos la ocasión por el harapo, / por el hopo o copete, como dicen…”. Para hablar de la ‘aguapanela’, la ocasión me la sirvió bien servida el escritor y dedicado editor de la Universidad de Caldas, Carlos Augusto Jaramillo Parra, en su articulo “El León dormido”. En él leí esto: “Es una casa en donde vive doña
Nubia (…), aunque su producto estrella es el aguapanela con queso…” (Papel Salmón, 16/11/ 2012). La que fue bebida paisa y caldense por excelencia, apetecida por los ciclistas profesionales, hoy desdeñada irreflexivamente por los muchachos, adultos unos de ellos, admite diversas representaciones gráficas, éstas: ‘Agüepanela’ (pronunciación popular de ‘agua de panela’), ‘agua- panela’ (la trae Alario di Filippo), ‘aguapanela’ (“No salí hasta por la noche, y como todavía estaba bravísimo, no quise tomar la aguapanela y me acosté sin rezar” –“Fregao de ángel”, Rafael Arango Villegas), ‘aguadulce’ (“Los bajé a aguadulce desde la semana pasada. Pueda ser que eso les valga, porque quitales el cacaíto a los Builes es el mejor castigo” –Carrasquilla, “Hace Tiempos”, cita tomada del libro de Néstor Duque Villegas) y ‘agua de panela’ (“Llegaban temprano a buscar
la posada, charlaban un rato en la cocina, tomaban chocolate o agua de panela y se acostaban…” –Asistencia y Camas, Rafael Arango Villegas). Todas, por supuesto, voces femeninas, que rigen artículo del mismo género (“…aunque su producto estrella es la aguapanela con queso”, señor), menos la última, porque en ella deber aplicarse la norma de los nombres femeninos, cuya primera sílaba tiene ‘a’ acentuada, de la que hablé no hace mucho. Las otras, no, porque al combinarse, pierden el acento de la primera sílaba. Elemental.
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“Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor” (Apocalipsis, I, 8), con lo que quiso decir que Él es el principio y el fin de lo creado. Todas las letras del alfabeto griego, como las del castellano, pertenecen al género femenino. Pero el doctor César Montoya Ocampo, a quien parece que se le olvidó el undécimo mandamiento, no guardó en la memoria esta norma elementalísima, pues escribió lo siguiente: “Nos movemos entre un alfa y un omega” (LA PATRIA, 6/12/2012). “Entre un alfa y una omega”, doctor. Seguramente se dejó engañar por el artículo masculino que determina a ‘alfa’, por la directriz de que hablo hoy mismo con ‘el agua de panela’. ¿Sería un ‘lapsus
machinae? Todo es posible.
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LA VEINTITRÉS: ¿Hasta cuándo la indiferencia oficial ante semejante desorganización?.