LA PATRIA Manizales*
Augusto López, agricultor aguadeño, tiene una frase para redondear parte de esta historia. “El diablo se enamora de los buenos”. Satanás, en el caso que el señor relata, es el frente 47 de las Farc, que un mal día del 2003 llegó a la vereda La Chorrera, de Aguadas, para robarse la paz durante tres años. Los buenos, en el mismo relato, son los campesinos de la parte alta del municipio, que como dice un viejo son cubano interpretado por Celina y Reutilio, “llevan el sol en las pupilas y la tierra en el corazón”.
Como testimonio de esa barbarie quedó durante ocho años la escuela, con sus puertas cerradas, sus pupitres vacíos y una campana en silencio. El mismo silencio de los que vivieron a merced de quienes por obra y gracia del conflicto armado mataron, extorsionaron, secuestraron, sembraron el terror en Encimadas, Nudillales, La Chorrera, Mesones, Alto Bonito, Rioarriba y El Limón.
El mismo centro educativo, hoy reabierto, es símbolo de paz, señal de que las cosas en La Chorrera y sus veredas vecinas vuelven por los buenos tiempos.
Una profesora y 13 niños testifican los vientos de paz que soplan en aquel ramal de la cordillera Central. El pequeño Eduar Mauricio Patiño dice: “la profe nos enseña sobre los conjuntos y los elementos de la naturaleza y podemos estudiar porque la escuela otra vez está funcionando”.
La docente Luz Amparo Mejía comenta: “volvió a florecer esta comunidad porque una comunidad sin escuela no tiene posibilidades de desarrollo”.
El cambio
Los guerrilleros primero analizaron el terreno y supieron que los habitantes de La Chorrera y veredas aledañas se dedicaban al café, en la parte alta, y al ganado, en la baja.
Con la escuela cerrada las familias tradicionales de la vereda prefirieron salir del lugar y dejar atrás sus sueños y las tierras cultivadas desde los tiempos de sus abuelos y bisabuelos.
Este demonio, vestido de camuflado, botas y fusil, al decir de Augusto López, se asentó en la zona. El lugar, rodeado hasta ese momento de paz y de montañas bañadas por la quebrada San Juan, se convirtió en escenario de terror.
“La gente tuvo que huir de miedo. Nos cobraban vacuna, que ellos llamaban amonestación. Asesinaron gente de las veredas; a mí me mataron dos sobrinos. Se llevaron nuestra alegría, no volvimos a hacer los festivales en la escuela, que eran con radiola de pilas, velas y lámparas, pues aún no había energía eléctrica”.
Recuerdan que en la época del segundo mandato de Álvaro Uribe como presidente de Colombia la guerrilla empezó a sentir golpes y poco a poco fue quedando diezmada hasta salir del lugar. Sin embargo, la escuela seguía cerrada.
Ilusionados
La comunidad, de todas maneras, siguió consintiendo el lugar. Su objetivo era por lo menos que el plantel se mantuviera en pie. Por eso barría, sacudía y desyerbaba los alrededores; los vidrios de las ventanas permanecieron intactos. Estaban esperanzados en que algún día alguien se acordara de ellos y les enviara un profesor.
Con los años la paz se consolidó en la zona. Los campesinos retornaron a su terruño querido, pero la escuela nada que abría. Es más, según la Alcaldía, ya prácticamente no aparecía en el mapa educativo de Caldas. A los niños los matriculaban en establecimientos ubicados a una y hasta dos horas caminando desde sus casas.
“Las madres y sus hijos venían el año pasado a la Alcaldía a solicitarme que les abriéramos de nuevo la escuela”, comenta la alcaldesa de Aguadas, Luz Idalba Duque, quien ejerció la docencia 30 años.
El año pasado, tras gestiones de diputados de la Asamblea, encabezados por Félix Alejandro Chica, se abrió la posibilidad de reanudar labores. El secretario de Educación departamental, Tulio Marulanda, recuerda: “la alcaldesa me hablaba constantemente sobre este caso. Me conmovió como todos estos años la comunidad cuidó la escuela añorando verla abierta de nuevo”.
Toda la semana
El esfuerzo dio sus frutos y en el segundo semestre del 2012 se reactivaron las clases, que se dictaban dos veces a la semana. “Estábamos contentos, pero no conformes. Teníamos claro que los niños del campo merecen un tratamiento igual que los de la zona urbana. Por eso buscamos que tuvieran atención los cinco días”, agrega la mandataria, quien antes de ser alcaldesa formó para de la Junta directiva de los Hogares Juveniles Campesinos.
La Secretaría de Educación, indica Marulanda, se empeñó en nombrar en propiedad a una docente con quien hoy los 13 niños reciben clases toda la semana.
“Si la escuela funciona, vuelve más gente”. Esa era la estrategia de la alcaldesa para La Chorrera. “Un centro educativo dinamiza el desarrollo, la cultura, el empleo; por eso la gente ha vuelto”.
Con paredes, pisos y puertas relucientes, además de un restaurante dotado con nevera, la escuela brilla en La Chorrera.
Pasó la guerrilla, pasó la extorsión, pasó el secuestro, pasó el asesinato. Regresó el campesino, regresó el estudio, regresó la alegría. Y en La Chorrera cada mañana suena la campana para llamar a clases porque regresó la paz.
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Felices
Luisa Fernanda Patiño, estudiante
Me gusta mucho estudiar, estoy contenta con la escuela abierta, las otras son muy lejos y nos tocaba caminar mucho.
Yuliana López, madre de estudiante
La apertura de la escuela es excelente, ya que nos evitamos que los niños se fueran a pie hasta la escuela de Mesones o Nudillales, que están a una hora y media de La Chorrera y hay puntos críticos de la carretera en donde los niños corren peligro.
Los niños deberían estar más adelante, pues se quedaron varios años sin clase. Hoy en la escuela están en preescolar y primero, donde los orientan y llevan a que investiguen, creen y generen procesos de desarrollo para la comunidad.
Niños de la Escuela La Chorrera, en zona rural de Aguadas.
La campana estuvo en silencio por años. Foto tomada en el 2009.
La pared de la casa, vecina de la escuela, fue utilizada por la guerrilla para escribir mensajes intimidatorios.
Textos: María Alejandra Arboleda, Carlos Mario Ríos y Óscar Veiman Mejía.
Fotos: Carlos Mario Ríos.