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Francisco, un Jesuita Latinoamericano para el mundo

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La elección del cónclave de cardenales del arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio, S.J., como nuevo papa, implica un acento especial para la Iglesia: un papa de Latinoamérica; un papa que no ha estado en la curia de Roma; un papa perteneciente a la comunidad religiosa de los Jesuitas; un papa que ha brillado por su sencillez y cercanía con los pobres.

Un papa de Latinoamérica tiene una profunda significación en lo que es hoy el catolicismo. La religión Católica ha perdido el fervor y su presencia en Europa, mientras que en nuestro continente se mantiene, no obstante con problemas que hay que reconocerlos, muy activa y viva en medio del pueblo. Es, pues, una seria responsabilidad que tenemos de mantener y avivar la tradición de la Fe que hemos recibido. La Iglesia hace una lectura del catolicismo desde la periferia, ya no solamente desde Roma y Europa, y ello es muy positivo.

Llega al papado alguien que no ha sido el producto de la “maquinaria” burocrática del Vaticano, sino que ha sido el resultado de una vida pastoral. Una persona que fue maestro de novicios de Jesuitas que comienzan su peregrinar vocacional con una experiencia fuerte al lado de un experimentado maestro espiritual. Una persona que ha sentido el clamor sencillo de la expresión religiosa de los fieles de un país latino. Una persona que se ha colocado como quien sirve en los cargos de autoridad, como cuando fue arzobispo de la capital argentina. Un pastor y no un burócrata ha llegado a Roma.

Después de muchos años de la Iglesia Católica de no tener un papa proveniente de la vida religiosa, es decir, de aquellos que congregados por un carisma de un fundador desean vivir de manera especial el seguimiento del Evangelio, a través de los votos de pobreza, castidad y obediencia, y que tienen vida comunitaria, llega un Jesuita, por primera vez en la historia. Con una tradición espiritual que podríamos resumir como la promoción de fe y la lucha por la justicia, comprendidos como un binomio indisoluble. En esa orden religiosa que se ha esmerado por hacer todas las cosas a la Mayor Gloria de Dios se formó el Papa. Fue allá donde se ordenó y tuvo cargos de mucha responsabilidad antes de llegar a ser obispo y arzobispo. La Compañía de Jesús, como se llama oficialmente la orden Jesuita, concebida desde su fundador como la caballería ligera del papa, le entrega a la Iglesia uno de sus hijos como sucesor de Pedro.

Un cardenal muy particular es llamado a ser papa, un cardenal que no hace ostentación de su dignidad eclesial, un arzobispo que ha vivido cerca de los pobres, que ha denunciado la injusticia y la corrupción, que no le ha dado miedo enfrentar al poder político cuando considera que no está al servicio de la gente más necesitada. Un amante de los pobres. Y es por ello que vive con alegría la austeridad y la sencillez. Bien sabe que lo importante en la vida no está en el tener ni poseer, sino en ser y entregarse. Su hermoso gesto de pedir una oración a la multitud que lo esperaba en la Plaza de San Pedro el día de su elección, es muestra de una dinámica espiritual muy bella. El sabe que los preferidos de Dios son los pobres. Por ello, no le queda grande el nombre de Francisco, que hace referencia a San Francisco de Asís, ese gran santo que nos mostró como las bienaventuranzas se pueden vivir de manera radical.

Se inicia una nueva etapa de la vida de la Iglesia, que este nuevo papa, Francisco, introduzca una renovación profunda y sincera que venga desde Roma y pase por todos los niveles del catolicismo, para que pueda ser un signo de esperanza para todo el mundo, para ayudar a construir con todos una globalización de la fraternidad. 


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