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Aprendiendo de las violencias

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Los mapas de conflictos en el mundo calculan que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945 se generan de 30 a 50 confrontaciones violentas por año, pero no hay prueba de que haya tendencia que permitiera probar que van en aumento. Al contrario, son muy pocas las confrontaciones altamente violentas o que dejan miles de muertes. Por eso resulta clave conocer mejor qué sucede en distintas guerras en el mundo, desde las regulares, hasta las institucionales como la que libra hoy México frente al narcotráfico, para tratar de entender estos fenómenos.

LA PATRIA brinda hoy una mirada a ocho conflictos que se presentan en la actualidad y que se incrementan al mismo tiempo que sus titulares. Algunos son tan conocidos como el palestino-israelí y de otros apenas si tenemos comprensión como el de Malí, en el occidente de África. Así mismo los hay internacionales como locales y con motivaciones ideológicas o religiosas, también existen algunos de larga duración o apenas nacientes, o renaciendo cuando las heridas del pasado no han quedado bien saldadas.

No obstante, buena parte del problema que se genera para entender estos fenómenos tiene que ver con que hay unos más violentos con menor cobertura mediática, mientras que otros, tal vez con menos intensidad, reciben mayor atención, seguramente por los actores en juego. Ya sabemos que para buena parte de la comunidad internacional existen países de primera y de tercera. No se aprendió la lección de Ruanda, en donde se cometió un genocidio, prácticamente sin que el mundo se enterara y después vinieron los golpes de pecho. Hay que anotar que muchas veces la falta de soluciones de organismos como la ONU pasan por las ambigüedades de los líderes que en ocasiones se muestran titubeantes para intervenir, como en Siria o Malí, mientras que en otras no lo dudan, tal como Afganistán o Iraq.

Lo más importante de comprender estos fenómenos es poder comparar y aprender lecciones para Colombia, pues también se encuentra en el lamentable grupo de países con guerras en el orbe. El índice mundial de paz, que el año pasado midió a 158 países, ubica a Colombia en la posición 144 y la agrupa entre el 20 por ciento de países más violentos. Ahora que se adelanta aquí un proceso de paz con las Farc, bien vale la pena comprender que se trata de la firma de unos acuerdos para restarle elementos a nuestro conflicto interno, pero nadie puede ser tan ingenuo de pensar que con eso de inmediato se solucionan los problemas. Se calcula que en el peor de los casos apenas el 10 por ciento de las muertes violentas en nuestro país obedecen a esta confrontación.

Por ejemplo, el año pasado en Caldas se cometieron 301 homicidios y de esos no se puede atribuir ninguno al enfrentamiento con las Farc. Entonces, una vez firmada la paz, queda la tarea para reducir las violencias estructurales, esas que se suceden en el seno de las familias, en la intolerancia que se acentúa con el consumo de licor o sustancias alucinógenas, en la de la delincuencia callejera, en la del microtráfico que cada vez pone más muertos. Allí está la verdadera tarea, que la paz no solo sea una firma, sino que trascienda a la sociedad. Al término de la Segunda Guerra Mundial, Europa pasó a ser una región pacífica, se generaron culturas de paz. Suráfrica también logró un paso importante después de superar el apartheid. Nosotros estamos lejos de lograr reducir los homicidios al mínimo y la solución no está en la firma de un tratado. Ayuda, como ayudó el proceso con los paramilitares, pero la tarea sigue. ¿Cómo vamos a hacer que se logre más allá del silenciamiento de los fusiles? Es una tarea para toda la sociedad y para pensar desde ya.

 


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