El domingo 7 de abril se estableció como el Día mundial de la salud, cuyo lema para este año es la hipertensión arterial. Entiendo que se escogió este día porque en 1948 se creó la Organización Mundial de la Salud. Por supuesto, no pretendo referirme a este tema específico; esto se lo dejo a los especialistas. Busco, mejor, hacer una reflexión sobre la relevancia de la salud en la democracia; algo así como pensar en qué tan sana es nuestra sociedad.
Quizás nos siga costando mucho trabajo pensar que en el mundo de la cofradía de científicos, muchos siguen haciendo ciencia no tanto para preservar la vida en todas sus dimensiones, sino para destruir; así no lo reconozcan abiertamente. Por eso, creo que es necesario pensar en cómo el gran capital ha convertido la salud en una mercancía, la misma que obliga a médicos, enfermeras y, en general, a todo ese gran aparato de hospitalización y de distribución de la salud, a convertirse en los "administradores del negocio".
A los pacientes hoy se les reconoce como clientes a quienes se les atiende si tienen con qué pagar, así el resultado final no sea necesariamente tener una mejor salud. Total, se genera el negocio de la muerte y del dolor.
Lo digo como ciudadano de ‘a pie’: pareciera que al gran capital le interesara más que curar, hacer un buen negocio; y que buscara, por tanto, que los futuros profesionales de la salud no piensen tanto en evitar el dolor y el sufrimiento, como sí en atender "clientes" al por mayor, en el menor tiempo posible. ¿Se puede consolidar una democracia con un sistema de salud que no está preocupado por la vida, sino por la preservación del dolor anestesiado?
Cada vez más escucho ciudadanos, también de ‘a pie’, quejarse permanentemente de que en algunos medios de comunicación se realizan programas no tanto para promocionar la salud, sino para promover ventas de productos que supuestamente sanan los males del cuerpo y hasta del alma. Y esto, francamente, me da taquicardia.
Y se me contrae todavía más rápido el corazón, cuando veo que la gente siente con un dolor profundo que no hay un sistema de salud que se preocupe por sus vidas; cuando no ven que la ciencia y los científicos alienten las ganas de vivir con dignidad, sino que estimulan al gran capital aumentar sus arcas a costa del sufrimiento de millares de ciudadanos que no tienen acceso a medicamentos ni a hospitales a través de los que puedan ver sus cuerpos convertidos en esperanzas de una sociedad sana y, en consecuencia, más democrática.