Los 65 años de la muerte del caudillo Jorge Eliécer Gaitán han suscitado recuerdos de toda clase; y hasta una película titulada Roa (apellido del supuesto asesino del líder), que por estos días se presenta y habrá que ver para constatar qué tan ajustada está a la historia. Lo que es cierto es que Roa Sierra era un tipo de cuya vida personal y su familia no hay mucho que valga la pena contarse. Además, la turba enloquecida lo mató y despedazó inmediatamente después del crimen, lo que anuló la posibilidad de que hubiera dado su versión acerca de por qué cometió el magnicidio. Enrique Sánchez Herrera, quien fue dueño del famoso café Automático de Bogotá, tenía su propia versión acerca de la muerte de Gaitán. Decía que no lo habían matado los balazos de Roa, sino que lo habían ahogado las coperas de los cafés aledaños al lugar de los hechos (el San Francisco, el Gato Negro y otros), que salieron todas al tiempo con un vaso de agua en la mano, a darle de beber al herido. De modo que el tema de Roa Sierra puede novelarse, pero difícilmente hacerse historia.
La prematura muerte de Gaitán, cuando apenas tenía 50 años e iba a ser presidente de la República, cuando los liberales reflexionaran sobre la división que los sacó del poder en 1946 y fueran unidos a unas nuevas elecciones, dejó una gran incógnita acerca de cómo hubiera gobernado, cuando el perfil que se le conocía era el de caudillo populista y orador de magníficos recursos histriónicos, que magnetizaba muchedumbres. No es cierto, como aseguran algunos, que Gaitán desconociera los temas que se requieren para conducir acertadamente un Estado, porque apenas era un buen orador y un exitoso abogado penalista. No. Era un hombre estudioso y tenía una sólida formación académica. Lo que no le perdonaban la oligarquía (liberal y conservadora) y la jerarquía católica era su discurso populista y sus cercanías con un electorado que conformaban choferes, artesanos, lustrabotas, prostitutas, obreros rasos… y toda esa masa suburbial que Laureano Gómez Castro llamaba "el oscuro e inepto vulgo". Los campesinos no, porque éstos secularmente han sido sumisos, calmados, discretos, religiosos…, es decir, conservadores.
Un año antes de su muerte Gaitán estuvo en Circasia. Cuando sus seguidores fueron a buscar quién prestara un balcón de su casa en la plaza principal para que desde allí se pronunciaran los discursos, se encontraron con una negativa rotunda, porque unos propietarios eran conservadores y los liberales seguidores de Gabriel Turbay, el rival de Gaitán. Ante esta situación, don Ernesto Jaramillo Guzmán (mi papá), a quien no le gustaba "ese negro, por revoltoso", pensó que por elemental hospitalidad había que prestar ese servicio y ofreció su casa. Yo tenía apenas siete años y no me le despegué al fogoso orador, mientras mi papá hacía malacara encerrado en la última pieza de la casa.
Después la comitiva del político visitó el Cementerio Libre, monumento a las ideas liberales. En la foto que se tomó frente a la portada están con Gaitán, entre otros, Darío "el Negro" Henao, Hernán Escobar Botero, una delegación de los masones de Pereira y don Enrique Ortiz, padre del abogado Ariel Ortiz Correa, oriundo de Montenegro y residente hace muchos años en Manizales. Y al pie de ellos hay dos mocosos chiquitos: uno es Alonso Quintero Villa y el otro soy yo. Eso hace que Alonso está dando lora con esa foto, mostrándosela a todo el que le presentan.