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Malditos mayas

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Malditos mayas. Su B'aktun 13, o período de 5 mil 200 años que llegaba ayer a su fin, no trajo nada. Ayer me levanté con la esperanza de que su calendario en realidad anunciara el apocalipsis. Que al despertarme el cielo estuviese enrojecido. Que una lluvia de meteoros o granizo ardiendo cayera sobre Manizales. Con el Nevado del Ruiz haciendo erupción. Con el anuncio de un tsunami en el Pacífico. Con los norcoreanos lanzando bombas nucleares mientras bailan Gangam Style.

Esperaba un ragnarök o un demonio como Ogdru Jahad. Me conformaba con que al planeta lo demoliera un contratista de otro mundo para hacer paso a una autopista interplanetaria, como en el libro Guía del viajero galáctico, del británico Douglas Adams.

Pero nada. Ni ceniza cayó e hizo un bonito día. En mi iPod se quedó guardada la música que quería escuchar para la llegada del fin. Primero sonaría God's gonna cut you down de Johnny Cash. Después, Bach. Su toccata en La menor. Así quería morirme ayer. Así quería estar antes de que los cuatro jinetes del apocalipsis me llevaran. O que el diablo me arrastrara a su carnaval. Incluso tenía el tema disco Heaven must be missing an angel, del grupo Tavares, en caso de que Luzbel fuera medio amanerado y jocoso. Pero nada.

Quería ver a nuestros políticos desfilar sobre brasas ardientes siguiendo al cuarto jinete, al caballo bayo. Me los imaginaba como en el panel derecho de la obra de El Bosco, El jardín de las delicias. A la cabeza de un Roy Barreras pegada a un par de ancas de rana saltando por ahí. A José Obdulio Gaviria obligado a mirarse en un espejo sujetado por las nalgas de un demonio. Al diputado antioqueño Rodrigo Mesa perfumando bollos. Al senador Roberto Gerlein abrazando a un cerdo disfrazado de monja mientras grita "¡sexo excretable!".

Esperaba que los tontos -los que creyeron en dicho fin, los que alimentaron su miedo con documentales sensacionalistas, los que vieron señales en todos lados, los que no fueron a trabajar para estar con sus familias por el dichoso B'aktun- estuvieran en lo cierto. Malditos mayas. Me decepcionaron. Quería que la ciencia, la lógica y la razón estuvieran equivocadas. Sería el milagro de milagros, ahora que Colombia tiene a la santa madre Laura de Jesús Montoya Upegui. Sería el momento de la conversión de muchos. Pero nada. Sigo ignóstico, que es bien diferente a agnóstico, y mi fe sigue tan útil como mis tetillas.

El fin del mundo no era tan malo, dada nuestra realidad. Estamos hundidos en la corrupción. Hay inequidad en todo el planeta, a pesar de que vivimos en un momento en el que nuestra civilización jamás había sido tan rica. Hay hambre a pesar de que hemos desarrollado tecnología para cultivar en los más áridos desiertos. Y ahora los niños de primaria tendrán que ir al colegio con trajes antibala. La esperanza en que nuestros líderes harán lo correcto la perdí hace mucho; confiaba en que los orates y los mayas estuvieran en lo cierto. Y no pasó nada.

Mientras que todo seguía igual, personas que creen en las energías, los cristales y esas cosas nueva era se reunieron ayer en diferentes partes del mundo para cargarse con las buenas vibraciones del sol de la mañana. Los más convencidos aseguran que se viene una época de cambio. Incluso el presidente Evo Morales, en Bolivia, dijo lo mismo, a pesar de que busca ser reelegido.

Unos tipos disfrazados que dicen ser descendientes de los mayas rezaron y bailaron al frente de la pirámide de Chichén Itzá. Se limitaron a hacer genuflexiones al sol, cuando yo esperaba la catástrofe. Malditos mayas. Esperaba más de ustedes para acertar con el fin del mundo, sobre todo desde que de su cultura le dio al mundo al cantante Ricardo Arjona, a quien siempre he considerado la voz del apocalipsis.


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