El caso de Katherine Gallego vuelve a poner en la agenda de la opinión pública otro de los reflejos más claros de esa inequidad que hace que nuestro país sea éticamente incorrecto: el embarazo adolescente.
Según la última Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS), realizada en 2010 "una de cada cinco mujeres de 15 a 19 años ha estado alguna vez embarazada: 16 por ciento ya son madres y 4 por ciento está esperando su primer hijo". El porcentaje de embarazo juvenil entre las mujeres más pobres es del 30%, mientras que para las de índice de riqueza más alto es del 7,4%. Un 27% de las adolescentes del área rural han estado embarazadas, en el área urbana el 17%. Las incidencias del embarazo adolescente en las mujeres sin educación es del 55%, en aquellas que han cursado la primaria es del 47%, en las que han terminado la secundaria es del 18% y en las que cursan educación superior es del 11%. En el caso de Caldas el embarazo juvenil es del 17,7%, mientras en Quindío es del 14,6%, el más bajo del país.
La primera conclusión que se evidencia de los datos que arroja la ENDS permite afirmar que las personas de bajos ingresos tienen menor acceso a educación sexual y reproductiva y/o menos recursos para adquirir métodos anticonceptivos. Esa es la conclusión más evidente, más fácil determinar y sobre la cual se ha estructurado buena parte de la política pública sobre el tema.
Al respecto vale la pena señalar que el país cuenta con un buen esquema de acceso a métodos anticonceptivos, los cuales se adquieren sin costo. Adicionalmente, un estudio realizado por el Doctor Alejandro Gaviria, hoy ministro de Salud, evidencia que "las cifras de la ENDS (2000) muestran que no existen diferencias sustanciales de un estrato a otro en el porcentaje de jóvenes que reportan alguna familiaridad con los métodos más tradicionales de control natal". El 96% de las adolescentes, en todos los estratos, manifestaron tener conocimiento sobre el método anticonceptivo oral. Según la ENDS el 36% de los embarazos jóvenes son deseados.
La realidad del embarazo adolescente debe estudiarse con más profundidad, las causas de su mayor incidencia en las mujeres pobres son multidimensionales. Evidentemente, juega un papel muy importante el acceso a los programas de educación sexual, los cuales deben construirse e instruirse a partir de información biológica y no moral, así como el acceso a métodos anticonceptivos de manera gratuita.
Sin embargo, el problema no termina ahí; aunque parezca increíble, las jóvenes ven el embarazo como una posibilidad de vida, como la manera de escapar de sus hogares donde son maltratadas o violentadas por sus familiares o esclavizadas a trabajos domésticos. Consideran que al tener un hijo pasarán a ser ellas la cabeza del hogar, adquieren un rango distinto, donde pueden hacer uso de una libertad que hasta ahora nadie les ha permitido disfrutar. También lo ven como una alternativa de ingreso económico, por medio de la cuota alimentaria. Estos casos son particularmente evidentes cuando el padre pertenece a una institución como la Policía o el Ejército, lo cual garantiza estabilidad laboral y facilita su identificación y ubicación en un posterior proceso de alimentos.
Nuevamente la falta de oportunidades vuelve a hacer estragos en nuestro modelo de desarrollo. Las mujeres más jóvenes, más pobres, tratando de escapar de la trampa de la pobreza terminan perpetuando esquemas de inequidad. Aquí el reto es grande, porque hay que dotar a las niñas y adolescentes de algo más que educación y métodos anticonceptivos, hay que permitirles posibilidades de un futuro mejor.