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Gracias, Mr. Carter

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La primera vez que vi a Jimmy Carter se me pareció más a un cultivador de maní que al presidente de Estados Unidos. La segunda vez me dio la misma sensación. Eso me tranquilizó: un sonriente y pacífico cultivador de maní jamás bombardearía el lugar currucuteaban Adán y Eva.

Me habría gustado saludarlo en su reciente visita a Bogotá adonde vino para apoyar el proceso de paz con los alebrestados en armas de las Farc, pero a mi agitada agenda de pensionado no le cabía una tractomula más. (Tampoco me invitaron a la comida en su honor).

Quería agradecerle ya que por culpa suya tengo libreta militar y viajé por primera vez al exterior en 1977. Y comentarle que en solidaridad con él, me gasto parte de la quincena en maní.

En Washington se firmaban los tratados Torrijos-Carter que devolvían el Canal de Panamá a sus legítimos dueños. El general Torrijos dijo por esos días para la posteridad: "No quiero entrar a la historia; quiero entrar al canal de Panamá".

En representación de Colombia acompañaron al "gallo panameño pa jugárselo a los gringos", según el maestro Escalona, el presidente López y un tal García Márquez Gabriel.

Este bípedo viajó como reportero de Todelar. Completábamos el equipo Jorge Enrique Pulido, director, asesinado por la mafia, la despierta reportera política Marta Montoya, de Montenegro, Quindío, y un barranquillero amable, infatigable y talentoso, Fernando Álvarez.

No se podía salir del país sin libreta. Tocaba intrigar. Me estrené como lagarto ante los altos heliotropos militares. El operativo funcionó: Conseguí la libreta en un día. Quedé con máster en lagartería de por vida. Cuídense.

Tampoco pensaba pagar servicio militar porque soy pacifista de jornada continua. No cargo un cortaúñas. Para el manicure utilizo los dientes. Soy enemigo personal de la perversa asociación norteamericana que privilegia el rifle como el mejor amigo del "homo gringus".

Si me encuentro en la calle con uno de esos especímenes, cambio de acera, de religión, de jíbaro, de poetas. Exijo que me devuelvan la plata que gasté viendo películas de Charlton Heston, activista furibundo de esa tribu.

Conocimos al diminuto Carter en Washington. Estos huesitos caminaron por los jardines de la Casa Blanca. Me quedo con los cultivos de flores colombianos. Mr. Carter nos recibió en el despacho Oval, que uno de sus sucesores, Bill Clinton, convertiría después en despacho oral. Remember Mónica Lewinsky.

Gracias a la entrevista que le hizo a Carter el director de Todelar, Pulido, ganó el premio de periodismo Rey de España. El presidente López Michelsen nos invitó a Palacio a tomar champaña para celebrar (foto en www.oscardominguezgiraldo.com).

Washington es una ciudad adormecedora, más bien jarta, donde nadie es importante. Allí conocí esas misteriosas máquinas dispensadoras de gaseosas. Cuando encontré una, me acerqué y descubrí que tenía un huequito donde leí: "One dime". Me aproximé a la ranura y pedí, pasitico: "Una Coca-Cola". No me funcionó. Finalmente, le eché una moneda. Coroné.

Otro día me perdí en Washington. "¿Dónde estás, Trapito, que estamos chiviados?", me regañó el jefe Pulido. Miré a mi alrededor, vi unas señales de tránsito y le respondí: "En one way con one way". De allá me rescataron. Washington estaba descubierta.


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