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Otra cifra vergonzosa

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El año anterior cerró con una lamentable noticia que causó indignación y dolor a nivel mundial. En una pequeña localidad de Connecticut, un hombre fuertemente armado segó la vida de 20 pequeños que, apenas unas horas antes, habían empezado un día normal en su escuela primaria. De manera apenas natural, los estadounidenses activaron de manera inmediata el debate sobre la comercialización libre de armas, poniendo con ello en riesgo incluso una de las más claras expresiones de la suprema libertad que su nación promulga, pero sin duda aterrados al tiempo por lo escandaloso del crimen de la Escuela Sandy Hook.

En Colombia, el Instituto Nacional de Medicina Legal acaba de publicar un informe según el cual, en los 20 primeros días del año, 105 niños y niñas del país murieron de manera violenta. Del total de los casos, 37 están registrados como homicidios, 13 como suicidios y 18 son muertes violentas de manera no determinada, pero en todo caso violentas. Solo 37 casos se atribuyen a causas accidentales, bien sea por accidentes domésticos o de tránsito.

Si toda una nación, y el mundo solidariamente, sintió dolor y vergüenza por la muerte de 20 escolares a manos de un hombre perturbado, ¿qué deberíamos sentir en Colombia por 68 niños y niñas que han muerto de manera violenta en medio de cruces de disparos o incluso asesinados por sus propios padres, en apenas 20 días del año? En el caso de Connecticut, las investigaciones se dirigen al esclarecimiento de las causas que pudieron movilizar a un único perpetrador. Pero en nuestro caso, ¿a qué o a quién le podremos atribuir las causas de muertes violentas que se distribuyen en 24 departamentos del país? ¿Se habrá distribuido la perturbación por todo nuestro territorio?

Y, además, en el caso de los Estados Unidos el debate alcanzó la agenda pública y se ha mantenido vigente, incluso al nivel del "abismo fiscal" que tanto temor les causa. Entre tanto, en Colombia, el informe de Medicina Legal se diluye en medio de las escandalosas transferencias de futbolistas, las pensiones de los magistrados y los trinos de Uribe. De seguir así, rondaremos las dos mil muertes violentas de niños y niñas, en un año en el que estamos "negociando la paz".

Pero no basta con advertir las cifras de niños y niñas muertos violentamente. Como dice Pedro Guerra en una canción, y Bertolt Brecht en un poema, hay muchas maneras de matar a un ser humano, aunque no todas terminen en la muerte física, y aunque "solo pocas de ellas están prohibidas en nuestro Estado" (del poema de Brecht). Las torturas de la pobreza y la inequidad, la violencia de la exclusión, la violación de cualquier derecho y la negación de oportunidades, son formas cotidianas de matar a cientos de niños y niñas diariamente. En nuestro entorno cercano, venderle bolsas con pegante a un niño, demolerle su escuela, negarle una vacuna, en cierto sentido lo está llevando por la senda de la muerte.

Pero si no nos moviliza la cifra de los 105 muertos en 20 días, mucho menos nos alertarán las cifras que nos dicen que hay brotes de enfermedades infantiles sobre las que no se está haciendo el adecuado control de salud pública, que hay niñas y niños por fuera del sistema educativo o que el inicio en el consumo de alcohol y de otras sustancias psicoactivas es cada vez más temprano. Y en estos aspectos, no solo el país, sino especialmente Manizales y Caldas también tienen cifras vergonzosas.


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