La renuncia del papa Benedicto XVI, después de casi ocho años de pontificado, sorprendió al mundo. El anuncio lo hizo él mismo al leer en latín su decisión, acto en el que se demostró además que el deterioro de su salud es notorio. Se debe interpretar este acto como de responsabilidad con la comunidad que representa. Joseph Ratzinger durante toda su vida pastoral se destacó por su inteligencia y, precisamente por eso, se debe confiar en que si decidió dimitir es porque lo considera lo mejor para la institución, desprendiéndose de apegos al poder.
El papado de Benedicto XVI no fue fácil. Estuvo atravesado por los escándalos de pederastia en varias partes del mundo, con los cuales debió lidiar, en principio más dubitativamente, y luego pidiendo perdón, como también pasará a la historia por ser el tercer papa en rezar ante el santo sepulcro en Tierra Santa y reconocer el drama judío, con lo que conjuró además parte de las críticas con las que fue recibido por posible antisemitismo en su juventud, en plena Segunda Guerra Mundial, aunque no faltaron los extremistas que exigieron un perdón expreso.
La mayor dificultad que enfrentó a su llegada al papado era la de cargar con el fantasma de su antecesor. Juan Pablo II fue de lejos el más carismático líder de los últimos tiempos en la iglesia Católica. Impuso un estilo que lo acercó a la juventud, y sus constantes viajes hicieron que muchos lo sintieran más cerca. Benedicto debía por lo menos mantener esa buena imagen, pero nunca fue alguien que se destacara por su carisma, cosa que le pasó cuenta de cobro en varios escenarios, pero a los que se sobrepuso con sus decisiones como la convocatoria a la Jornada Mundial de la Juventud para junio próximo.
Cuando se dio el humo blanco para su elección, muchos analistas hablaron de que al designarse un papa de 78 años de edad se estaba decidiendo la iglesia por un pontificado de transición, y el anuncio de ayer parece confirmarlo. Se trataba de una persona intelectualmente muy capaz y que conocía al dedillo todo el andamiaje del Vaticano. Ese conocimiento le permitió saber a lo que se enfrentaba. Críticas porque como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe pudo haber ayudado a ocultar graves casos de pederastia, además de las ya intuidas por pertenecer, como Juan Pablo II, al ala más conservadora de la Iglesia que mantiene alejada a la mujer de un papel más activo en el clero, e insistir en el celibato prácticamente sin ninguna opción.
El camino de la iglesia Católica a aceptar un mundo ecuménico no es un tema sobre el que los analistas tengan una posición pacífica. Hay quienes creen que en los dos últimos papados se dieron grandes pasos, mientras que otros consideran que al contrario se ha presentado un estancamiento. Los hechos demostrarían que efectivamente hoy la iglesia Católica conversa más fácilmente con otros credos y de hecho son insistentes los comunicados desde El Vaticano en defensa de esas creencias diferenciadoras y que no se justifican violencias por pensar distinto.
El 28 de febrero se concreta la renuncia de Benedicto XVI y ya entonces seguramente se tendrá claridad sobre los nombres de los que podría salir el posible sucesor. Es difícil que Latinoamérica pueda tener un papa, aunque se lo merece desde hace rato, pero definitivamente en el Año de la Fe sí es necesario que al frente de la iglesia esté una persona que sea capaz de llevar la palabra de Dios por los sinuosos caminos que ofrece el mundo postmoderno, sin fanatismos, pero sin descuidar el camino. No es cosa fácil, pero en eso debe pensar el cónclave si quiere una Iglesia revitalizada para enfrentar los retos actuales.