La histórica y sabia decisión del papa Benedicto XVI de renunciar, marcó un momento importante y culminante en el escabroso proceso que vive la Iglesia Católica, con todos sus escándalos, principalmente las ambiciones desmedidas de algunos cardenales y la bellaca pederastia de otros "religiosos", quienes profanando su carrera sacerdotal, han cometido sacrilegios a diestra y siniestra. Esas actuaciones han sido llamadas por el mismo Benedicto XVI, como la "acumulación de la inmundicia", ocultada a través de los años por la misma iglesia, la cual explotó en los últimos meses en nuestras propias narices, dañando de paso la imagen y credibilidad de nuestra religión. Parece que existía una voluntad estulta de no decir y saber, lo que ya se conocía. La excusa para esconder durante tantos años las actuaciones de algunos ministros de Dios, fue una orden "subliminal" dada por alguien, para evitarle daños a nuestra Iglesia. Pero... la evidencia de los estragos es tal, que las excusas fracasaron estruendosamente. Ahora debemos asumir con verdadero valor la destrucción causada, aunque las heridas y agravios ocasionados son difíciles de olvidar y de perdonar, pues vienen de la Iglesia Católica. El deterioro y el maltrato ha sido pavoroso y terrible. Los católicos y no católicos del mundo, tienen derecho a saber quiénes son los delincuentes sexuales, religiosos o no, quienes abusaron con sevicia de muchos niños. Algo positivo puede quedar y es que en los siguientes meses, todas esas acciones quedarán para el escrutinio público y difícilmente quedarán al margen.
No podemos olvidar al brillante y carismático Juan Pablo II, célebre por su estima, afecto, ternura y devoción. Su filantropía, misericordia y generosidad fueron mundiales. Tuvo absolución para Pinochet y muchos otros iguales al dictador chileno.
Su estrategia divina, así como las relaciones pública fueron de tal magnitud que culminó con la liquidación del bloque soviético y el fin de la guerra fría. Pero... también se acogió a la más arcaica estrategia de comunicación, al pretender que los "esqueletos" en el closet pueden permanecer allí eternamente, pues en esta era de información al instante, lo indicado para conjurar los peligros de una información negativa, que se mantenía oculta, era darla a conocer, antes de que lo hicieran los enemigos o las mismas víctimas. Lo que se puede vislumbrar ahora es que los procesos secretos de toma de decisiones de las autoridades eclesiásticas, al margen de toda supervisión o mirada pública, hacen que sea insostenible hasta para los más piadosos, el supuesto de que dichas decisiones fueron tomadas conjuntamente con el Espíritu Santo. Ya todo quedó al descubierto y exhibido ante la opinión pública, -incluidos nosotros los creyentes-. Se sabe que todas esas actuaciones son gobernadas por ambiciones, pasiones, codicia y apetitos que tenemos todos los humanos, así sean cardenales o purpurados. Creo que aquí existe otra aportación importante, voluntaria o involuntaria, de quien después del 28 de febrero volverá a ser el teólogo y profesor Ratzinger. Es claro que con el "atisbo" de su renuncia, sugerida hace 2 años, en conversación con el periodista alemán Peter Seewald, recogida en el libro "Luz del Mundo", el papa Benedicto XVI abrió la guerra y las ansias para su sucesión en el mejor campo de batalla, como son los medios de comunicación. La apetencia, la avidez y los deseos de muchos quedaron al descubierto. Fueron muchas las filtraciones a la prensa instigadas por uno de los más fuertes aspirantes a sucederlo, así como algunos mensajes al mismo Pontífice, advirtiéndole de la corrupción de otro aspirante. Dichos mensajes se pueden leer completos, en el libro "Las cartas secretas de Benedicto XVI" del periodista Gianlugi Nuzzi. Para nosotros los católicos, es un libro impertinente, irrespetuoso e irritante; tan incómodo como la misma verdad. Y es que la difusión de esas famosas cartas, puso en el centro del debate global, una serie de hechos de espionaje religioso, encubrimientos, contubernios, operaciones financieras turbias, manipulación informativa y ¡ojo! nexos de la industria de la pornografía con sacerdotes alemanes, así como grandes y reiterados escándalos de pederastia, que por lógica minaron la credibilidad y el prestigio de algunos jerarcas de la Iglesia Católica.
Muchos cuentos van y vienen, unos ciertos, otros producto de la imaginación de algunos. De todas maneras, el papa Ratzinger conmocionó al mundo con su renuncia al convertirse en el primer Pontífice desde la edad media que dimite, "argumentando" falta de fuerzas. Lo cual le impide seguir dirigiendo la Iglesia Católica en un período de confusión y cambios importantes. El complejo engranaje para elegir a su sucesor se pondrá en marcha con abundancia de especulaciones, siendo muy importante el peso de regiones como África y América Latina, que ahora representan el 43% de los católicos del mundo. Sea quién sea el elegido, tendrá que lidiar con asuntos de mucha tensión entre los católicos conservadores que han apoyado la línea doctrinal y estrictamente tradicionalista de Benedicto XVI, y otros que sentimos que ha llegado la hora del cambio y del desarrollo. Ratzinger es un gran teólogo, pero con poco instinto político, el cual elevó a su predecesor a una primera línea de hombres de Estado mundiales. El último papa que dimitió por voluntad propia fue Celestino V, un ermitaño que ejerció unos meses, antes de abdicar en diciembre de 1294; otro papa Gregorio XII, abdicó a regañadientes en 1415 para ponerle fin a una intriga, ¡qué raro!, de un rival que reclamaba su lugar.