El largo y delirante paro cafetero llegó a límites irracionales. No solo incluyó el bloqueo de las troncales viales vitales del país con pérdidas irreparables, sino que auspició el desencadenamiento de violentos actos vandálicos y de conductas infrahumanas, entre las que sobresale la obstaculización de diversas misiones médicas, que trajo como consecuencia la muerte de colombianos anónimos que urgían asistencia inmediata.
Este prolongado colapso puso al gobierno contra las cuerdas para obligarlo a buscar un acuerdo que, a la postre, tiene únicamente efectos paliativos, porque los costos humanos, sociales, agrícolas y económicos tardarán en establecerse en el balance histórico.
Como el problema del café no es nuevo, quiero, con la venia de mis selectos lectores, reproducir los apartes más relevantes de una premonitoria nota editorial escrita hace 72 años en el diario ‘La Mañana’, de Manizales. En efecto, bajo la responsabilidad intelectual de Ramón Marín Vargas, director del matutino liberal, apareció el 23 de octubre de 1941 el documento mencionado bajo el mismo título de la presente columna. Vamos al grano:
"(…) ha venido la cosecha de café y con ella un nuevo ciclo de prosperidad para los colombianos y especialmente para los caldenses, que ciframos todo nuestro poder económico en la producción del precioso grano. (…) El complejo de seguridad que por largos años hemos venido padeciendo, cada vez con más agudos caracteres, se ha pronunciado de nuevo y todo por la facilidad de percibir una oportuna remuneración que compense las privaciones y la espera de los meses anteriores. (…) Esto provoca una situación anómala que por lo regular ya hemos convenido en no mirar ni en recibir con alarma, reduciendo el ánimo colectivo a una ingenua posición de espectador, en la espera de los días boyantes de la cosecha.
(…) En esta forma la gestión económica para los colombianos y digamos la de los caldenses vinculados estrechamente a la producción del café, transcurre en dos fases, caracterizadas la una por su arritmia, por su completa inactividad, y la otra por el rebosante optimismo y regida por ideas de reivindicación definitiva y cabal. (…) Si se observa con atención el margen de enriquecimiento derivado del café, tenemos que confesar que él no compensa las pérdidas y destrucción paulatina de los elementos esenciales que se utilizan para su beneficio, tales como son las tierras que se hacen cada vez más áridas y menos laborables y el elemento humano que cada día se está desgastando hasta tal punto que se hace siempre más acertada la científica aserción de que ‘no exportamos café sino glóbulos rojos’.
(…) El café es una letra falsa contra el porvenir. Otra cosa pensaron, y quizás con razón, los que la protegieron con patriótico criterio unilateral, sin pensar en ningún momento que la prosperidad llegaría a ser paradójicamente peligrosa. (…) Ya hemos comprobado cómo la exuberancia de la producción del café acaba por cegar la iniciativa individual, congestionándose así mismo el mercado y obligando la intervención del Estado para aminorar los peligros póstumos de la bonanza y retardar el desastre final.
(…) Fue la tenaz campaña de ampliación de los horizontes nacionales, de viabilidad a nuestras aplicaciones de la inteligencia y la actividad creadora, lo que hizo al fin posible la preocupación hacia los peligros del monocultivo, iniciándose así la destrucción del mito cafetero que por largos años ha embargado la atención pública.
(…) Estas reflexiones propician la obligación de abrir nuevos campos a la economía nacional, a la caldense primordialmente, abandonando la conducta que promueve un falso optimismo porque carece de perspectivas hacia el futuro. Es un complejo de seguridad que nos avasalla y que tendrá que ser desechado, para que nuestra prosperidad no sea episódica sino regular y permanente.
(…) Nuestra de democracia no dejará de ser una exquisita mentira mientras nuestros campesinos tengan la categoría de siervos de la gleba por el nivel de sus jornales y por la condición misma de sus vidas". Hasta aquí, Marín Vargas.
Juzgue, entonces, el lector si las dificultades históricas en torno al café dejan de ser netamente coyunturales para transformarse, como parece ser, en un asunto con profundas raíces estructurales. Perdonen por la copia, pero valía la pena.