Toda flor es bella; revienta de una semilla, de un mimoso capullo y de repente explota en colorido que es regalo de hermosura; muchas en caudal de bondad regalan además un exquisito aroma, olor que perfuma y engalana.
Abrir los ojos y saber mirar es contemplar la variada belleza que ofrecen las flores en el campo, en el jarrón, en el balcón, en la mesita que adorna la sala o el altar de la oración; una flor se dona a Dios y al ser amado como idioma elegante y variado que expresa un secreto canto de afecto y alegría.
Las personas que con arte y gusto arreglan unos ramos que son de admiración, que toman forman de agrado, hacen gala de un arte milenario, de una manera expresiva de colorido y estética.
Regalar una flor arranca del corazón el idioma de gozo, gratitud, simpatía, cercanía, paz; admirar la belleza de las flores es un acto de contemplación que eleva el espíritu en altos ideales similar a la contemplación que en la noche despejada hacemos del infinito firmamento con el regalo de una ebullición sorprendente de estrellas.
Se cuenta que en alguna ocasión Francisco de Asís no llegaba al comedor a la hora exacta de compartir las viandas con sus hermanos; fue enviado uno de los hermanos a buscarlo y traerlo a ese otro lugar de fraternidad y compartir la unidad como es el comedor de casa.
Se le buscó en toda la casa y no se encontró; en el silencio de la casa conventual el buscador de Francisco escuchó una voz afuera, en el jardín y se alegró al oír el tono sereno de aquel santo.
Con sigilo se acercó para darse cuenta con quién hablaba a esa hora el apreciado fundador; le encontró de pie al frente de una rosa que se balanceada en una rama de un fecundo rosal; en ese momento Francisco hablaba en actitud contemplativa con la rosa encendida de emoción: delicada y fina creatura del Señor, no me grites con tu hermosura que Él existe pues lo sé y lo amo; repetía una y otra vez.
Lo anterior es útil recordarlo hoy porque este diez de abril se conmemora el Día del Florista, de aquel que cultiva, ofrece, vende, exporta y arregla la flor que desde fecunda tierra Dios regala para deleite de sus hijos.
Gracias a quienes con paciencia sabia riegan en la tierra la semilla, con esmero la cuidan hasta que revientan en la expresión de innegable belleza; el clavel y el girasol, la rosa y la margarita, el lirio y la azucena así como otra cantidad de variedad de flores son luego ofrecidas para adorno, regalo, expresión, mensaje.
Gracias a quienes con arte arreglan ramos de belleza y forma; a quienes exportan variedad de producción y hacen de nuestra patria un inmenso jardín florido para el mundo.
Como Francisco de Asís descubramos que la flor es mensaje de amor y de belleza para los hijos de Dios que saben de su amor.