La semana pasada tuve el privilegio de conversar durante dos días seguidos con una fiscal, quien por varios años ejerció su labor en una zona de guerra. Su testimonio resultó alucinante, imposible de imaginar para el ciudadano del común. Todas sus historias eran realmente dramáticas. Una de las que más me impresionó es la siguiente, relatada así por la funcionaria: "Un día me correspondió realizar la inspección a un grupo de cadáveres de guerrilleros abatidos por la Fuerza Púbica. Los cuerpos estaban en la morgue, eran seis hombres y una mujer, todos jovencitos y escuálidos. Adolescentes entre los 16 y 20 años aproximadamente ¡Qué escena tan espantosa! Nunca en mi vida había visto heridas como las que tenían estos muchachos: unos con el tórax completamente hueco, varias piernas partidas en astillas, otros con el cuello con enormes orificios, en algunos se observaban enormes entradas de proyectil debajo de las axilas, lo cual indicaba que por lo menos cuando les dispararon tenían las manos arriba. Yo pensaba que iba a encontrar hombres adultos y fuertes, pero solo había prácticamente niños. Luego de estas imágenes tan traumáticas me pregunté una y otra vez por varios días por qué esos jóvenes debieron morir de esta forma, por qué no pudieron vivir de una manera diferente y tenerlo todo, o al menos parte de lo que a mí me ha sido posible disfrutar, por qué siendo colombianos y hermanos nuestros les tocó eso, por qué estando en el mismo país no me había dado cuenta antes de esta realidad, por qué había vivido tantos años sin preocuparme por nada, ignorando lo que pasaba en nuestras narices, qué estaba haciendo yo para que las cosas fueran diferentes para todos, por qué ni siquiera estaba utilizando mi voz para despertar a los que seguíamos cómodos, para así poder solidarizarnos y exigir la presencia real y efectiva del Estado en todo el territorio, pero no solo la presencia de la fuerza y la violencia, sino la presencia de la razón, de la sabiduría y de la justicia".
Las anteriores palabras tienen una gran autoridad moral, provienen de una profesional honesta y trabajadora que por muchos años ha dejado lo mejor de sí misma para que en Colombia la ley se cumpla. Lo que ella ha vivido y ha visto le dan el conocimiento requerido para reclamar por un país distinto, sin guerra.
Hoy tenemos una oportunidad única para acabar con todos los horrores que el conflicto deja día a día en tantas partes de la geografía nacional. Las negociaciones sí son un camino válido y eficaz. Claro que son muy difíciles y muchos los retos que debe enfrentar un proceso de paz como el de La Habana.
Pero también es evidente que este proceso cuenta con unas mucho mejores condiciones que los anteriores, los de Belisario, Gaviria y Pastrana. El gobierno del presidente Santos está conduciendo las negociaciones con responsabilidad y competencia y es preciso confiar en el trabajo que están haciendo.
Si bien todos los temas de la agenda habanera son duros y sensibles, tal vez el más crítico es el que tiene que ver con el dolor causado por tantos años. Son muchas las penas acumuladas en cientos de miles de almas que han sufrido de manera directa esta guerra. Lo que también hay que decir es que sí es posible atender este dolor y sacar adelante el proceso de paz al mismo tiempo. Pensar lo contrario sería condenarnos a la desgracia eterna. Otras sociedades lo han logrado y nosotros también podemos hacerlo.
Por eso tiene mucho sentido el lema expresado en la pasada marcha del 9 de abril, la que se convocó para apoyar los diálogos de paz: "mi aporte es creer". Pensar lo contrario no nos ayuda para nada. Descalificar de plano estas negociaciones es un aporte tremendamente negativo, e ir más lejos y pretender deteriorarlas para que se rompan es un acto dañino. Las actuaciones del expresidente Uribe en este sentido han estado llenas de inquina y veneno. El país haría bien en no escucharlo.
Si no aprovechamos esta oportunidad para terminar de una vez por todas esta guerra de más de medio siglo, si no apoyamos decididamente al proceso de La Habana, estaremos condenando a Colombia a que se sigan repitiendo una y otra vez escenas de terror como las que cuenta la fiscal en su relato. Depende de todos.