Algún alivio genera que se haya logrado negociar una salida de mínimos para los caficultores, la cual permite un respiro momentáneo a su difícil situación. Ahora, es importante reflexionar, con cabeza fría, en alternativas que permitan al país volver a contar con un sector agroindustrial que apalanque el desarrollo del campo y sea fundamento para consolidar una paz duradera y estable.
La caficultura sigue siendo el principal rubro de nuestra agricultura, el cual se enmarca en una situación coyuntural que para el sector rural es realmente difícil. Y es que no solo los cafeteros la están pasando mal, los arroceros, cacaoteros, avicultores, lechero, porcicultores, entre otros, también están sufriendo de bajas rentabilidades. Los cafeteros pueden parar el país porque son 560.000 familias, 2 millones de personas las que dependen, de manera directa, del grano, por eso su peso específico y su capacidad de presión.
Sin embargo, esta crisis generó el inicio de un debate nacional sobre si el Estado debe financiar sectores productivos que no son rentables. Esta discusión se está dando bajo dos interpretaciones erradas, la primera es creer que la situación de la caficultura es un problema solamente económico, cuando principalmente es una crisis social. La segunda, la cual tiene una relación de causalidad con la anterior, radica en estructurar el subsidio para el café y no para los cafeteros.
Que un Estado, con una economía de mercado abierta, subsidie la producción de un sector económico que no es eficiente, causa malestar entre los ciudadanos que tributan y no reciben este tipo de beneficios directos. Sin embargo, visto desde otra perspectiva, ningún ciudadano puede incomodarse porque se destinen dineros públicos a mejorar las condiciones de vida de los campesinos pobres. Esta última hipótesis, adquiere más fuerza si se lee en el contexto de un país que busca alcanzar la paz, en el marco de un conflicto armado de naturaleza rural. Lo que se debe plantar es qué hacer con los campesinos, desde una perspectiva de equidad social, donde el eje de análisis sea el productor y no el producto.
En materia social, César Vallejo, Carlos Gustavo Cano, Edgar Caicedo, Juan Sebastián Amador y Evelyn Tique en un estudio denominado "El mercado mundial del café y su impacto en Colombia", lograron demostrar que "los efectos que genera la actividad cafetera sobre la economía y el bienestar de la población son ampliamente mayores que aquellos derivados de las actividades mineras". Para estos economistas, la minería no genera los puestos de trabajo que necesita el país para mejorar las condiciones de vida de la población campesina y sus centros urbanos. El café genera 1 de cada 3 empleos rurales que representan 631.000 puestos de trabajo al año, los cuales todavía tienen el reto de lograr la formalidad. El aporte de la caficultura al empleo rural "supera en 3,7 veces el total aportado por las flores, el banano, el azúcar y la palma, juntos".
El mismo trabajo demuestra que Vietnam, Indonesia, Etiopía y Uganda, ha podido sacar de la pobreza extrema a un importante número de campesinos mediante el cultivo del café. Mientras tanto, en Colombia, el 50% de los caficultores vive en condiciones de pobreza, por tal motivo tiene que trabajar otras tierras para complementar sus ingresos. Los años de escolaridad promedio de estos caficultores son 3,7. Así las cosas, no asombra a nadie que la mayoría de estos productores cafeteros no desarrolle buenas prácticas agrícolas.
En este contexto, si seguimos desatendiendo las necesidades del sector caficultor, y en general del sector rural, es probable que lleguemos a firmar un acuerdo de paz, pero ¿quién será capaz de mantenerlo?
Una vez establecida la importancia de la caficultura para el bienestar de los colombianos, no solo para la generación de ingresos o para su contribución a la balanza comercial, es fundamental analizar los problemas estructurales de los cafeteros y sus posibles soluciones. Hago una invitación a que el análisis trascienda el establecimiento de las causas y de los responsables y promueva alternativas propositivas. Con mi próxima columna espero contribuir a este debate.