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Zozobra venezolana

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En Twitter: @luisfmolina

¿Podemos recordar la última vez en la que un cortejo fúnebre fue el símbolo del inicio de una candente campaña presidencial? La política venezolana resume lo anterior. No cabe duda que ha llegado a unos niveles de bajeza nunca antes vistos. El hambre de poder político ha llevado al chavismo a amenazar, intimidar y despreciar la oposición o las filosofías políticas distantes.

Nicolás Maduro creó el pasado fin de semana su cuenta en Twitter. Aparece como @NicolasMaduro y en su biografía dice: “Presidente (E) de la República Bolivariana de Venezuela. Hijo de Chávez. Construyendo la Patria con eficiencia revolucionaria”. Al parecer, Hugo Chávez dejó de ser un presidente y líder revolucionario, para convertirse en un patriarca político, en la razón para atacar y menospreciar. La memoria de un muerto como fortín político.

Maduro, en sus constantes apariciones mediáticas parece más extremista que Chávez. Le heredó a su líder desaparecido la paranoia política, su afinidad para la confusión pública y la creación de rumores con intención política. Es mucho más vehemente. Finalmente, encontró todo construido cuando la vida le constriñó a subirse al poder.

Es plenamente entendible que Maduro también perdió el sentido de la realidad. Para la muestra, los comentarios despistados y jocosos que sugirieron que Chávez, desde el punto donde se encuentre su alma –si es que existe tal-, ayudó a la elección del papa Francisco. Seguramente, no tardará en decir que el sumo pontífice es seguidor de la revolución bolivariana y que habla por Cristo en el apoyo a sus ideas socialistas.

Todo esto se engloba en los calificativos que día a día Maduro le da al nombre de Chávez públicamente. “Redentor de América”, “Cristo de los pobres”, etc, son unos de los más creativos que a la temporada ha añadido el presidente encargado de los venezolanos.

De otro lado, el discurso de Nicolás Maduro nunca se ha mantenido en una constante. Aquel martes que murió Hugo Chávez, a la 1:00 p.m. humilló la oposición por cadena nacional, casi condenándoles a jamás tocar el poder. En su siguiente alocución, cuando informó al país sobre el deceso de Chávez, tuvo que detener sus ataques por un momento y suplicarle calma al país. Luego de haber agitado los ánimos, había que bajar la marea política en un país donde la institucionalidad cede cada día ante algunos caprichos.

Por lo pronto, Henrique Capriles parece conocer a su adversario. Sabe que él esconde información a su país sobre cómo ocurrieron los hechos que desencadenaron en la muerte de Hugo Chávez. Quizás su derrota en las urnas el próximo mes esté cantada. Sin embargo, es necesario que él forje una fuerza de opinión con bases férreas y que se haga respetar del ejecutivo. Se necesitan muchas agallas para protestar ante un sistema que más que adeptos, tiene adictos.

La intranquilidad reina. Maduro ha salido a decir que algunos oficiales estadounidenses estarían pensando en asesinar a Capriles Radonski. En realidad, esta aseveración se cae por su propio peso aduciendo las similitudes en la filiación política del líder de oposición y EE.UU. En cualquier caso, un magnicidio en este punto desembocaría en una hecatombe nunca antes vista en Venezuela.

La realidad muestra una tensión y un miedo entre los venezolanos que no ven la política como una prioridad en su país. Su destino roza con el precipicio de un enfrentamiento civil entre oficialistas y opositores.

Tampoco hay confianza ni garantías en las elecciones. Bien ha protestado Henrique Capriles inconsistencias del Consejo Nacional Electoral de Venezuela en la organización de las próximas elecciones. Es decepcionante pensar que puede ser simplemente una elección de trámite, con cauciones para unos e injusticias para otros.

Nota: Al menos nos salvamos de ver a Chávez embalsamado. Decisiones hechas en calor. Falta ver cuántas más se caen con el frío de la realidad.

D E S T A C A D O

Al parecer, Hugo Chávez dejó de ser un presidente y líder revolucionario, para convertirse en un patriarca político, en la razón para atacar y menospreciar. La memoria de un muerto como fortín político.


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