Es común que las personas hagan por estos días un recuento de lo que fue el año que está por terminar, además de promesas y compromisos que esperan cumplir durante el que empieza en pocos días. Ese tipo de lucubraciones es mejor no comentarlas con nadie, porque lo más seguro es que después de darles muchas largas uno nunca realice lo prometido. Sobre todo ahora que los años son tan corticos, que no alcanzamos a acostumbrarnos a cambiar la fecha en los documentos cuando ya empiezan a anunciar la próxima Navidad. De manera que apenas pase esta época de celebraciones y festines me propongo efectuar algunas diligencias que no dan espera; y prefiero posponerlas, porque bien es sabido que por estas calendas solo despachan en las funerarias y en las urgencias de los hospitales.
Lo primero será mandarle una encomienda al papa Benedicto. No se trata de un regalo personal, porque a esas alturas ya no clasificaría como aguinaldo, sino de un aporte que bien podría utilizar para enriquecer el museo del Vaticano. Pero no me refiero a un salón que tienen allá para exhibir la cantidad de enguandas con las que encartan al Sumo Pontífice cada que visita cualquier rincón del planeta, las cuales deben arrumar después en el cuarto del reblujo; para la muestra, el carriel que le regaló el expresidente Uribe a Juan Pablo II. Sin duda mi envío será algo que podrá servirles más para la colección de artículos que evocan la historia de la Iglesia Católica, objetos obsoletos e históricos que marcaron una época.
El cuento es que después del inesperado anuncio que hizo el Papa hace unas semanas acerca de que el burro y el buey dejan de formar parte del tradicional pesebre, además de la estrella que le poníamos encima al humilde rancho y que según la leyenda fue la seña que recibieron los reyes magos para dar con la dirección, no me quedó sino ponerlos a la venta porque la verdad no sabía qué hacer con ellos; y es que para qué más pueden servir esos trebejos, si no es para adornar el pesebre. Entonces alguien me dijo que deje de ser tan pendejo, que quién carajo me va a comprar eso si todo el mundo anda igual de encartado. Y ahí fue cuando se me prendió el bombillo y decidí echarme una parada con Benedicto.
Pero brincó otro pesimista de esos que siempre quieren aguarnos la fiesta a decir que no sea iluso, que en El Vaticano qué van a recibir esa encomienda así no más, que apenas vean que el remitente es colombiano van a pensar que es un paquete bomba y seguro la avientan al Tiber sin siquiera preguntar; imagínese, pensará el guardia suizo de la portería, que al Papa le queden las manos como las de Vargas Lleras. Pues insisto en mi empeño y por fortuna ya tengo la solución: le pediré el favor al doctor Germán Cardona, quien disfruta de las mieles de la diplomacia en el pequeño enclave romano, para que sea él en persona el encargado de hacer la entrega. Si no es mucho pereque, que me autorice a mandar los trebejos en la valija diplomática para evitar la raqueta tan rigurosa que le hacen a las encomiendas en el aeropuerto antes de embarcarlas. Desde ya me parece ver al venerable octogenario güete cuando reciba tan valioso material.
El segundo propósito que tengo en la agenda tiene tintes políticos. Pretendo enviarle una carta al presidente Santos, con copia a quienes corresponda, donde expongo una idea genial que se me vino a la cabeza en estos días de locha. Lo increíble es que a nadie se le haya ocurrido antes, por lo que aquí voy de primero a ver si con este jonrón la saco del estadio. Resulta que así como perdimos una gran extensión de mar territorial en el pleito con Nicaragua, procedamos de inmediato a reclamar para que nos devuelvan a Panamá. Recordemos que hasta 1903 el istmo hizo parte de nuestro territorio y que debido a las rencillas internas que asolaban al país, los cachiporros panameños, que por esa época eran mayoría, aprovecharon el despelote reinante al terminar la guerra de los mil días para formar toldo aparte. Y los gringos, siempre tan solidarios, les dieron la mano para salirse con la suya; claro que a cambio se quedaron con la franja para hacer el canal inter oceánico, obra que empezaron los franceses y que dejaron bastiada.
Pero que esta vez sí vayamos a la fija. Que mandemos una representación de peso para impresionar a los jueces internacionales, la cual puede ir encabezada por Piedad Córdoba y Moreno de Caro. Honorables congresistas que deben hacer parte de la comitiva son Armandito Benedetti, el paupérrimo Corzo, un orador prudente y mesurado como Gerlein, e Iván Moreno Rojas, quien participaría por teleconferencia desde la guandoca; lástima que ya no contemos con lumbreras como Willington Ortiz o la Negra grande de Colombia.
Pruebas es lo que hay para mandar, empezando por el escudo nacional que todavía tiene el istmo dibujado. Y ojalá el fallo se demore varios años para que acaben de ampliar el canal, porque si aquí no hemos sido capaces de terminar el túnel de La Línea…