Decíamos que el Huila debe ser reconocido en el país como el departamento pionero en la conservación ambiental, merced a la reserva de Meremberg. La historia gloriosa y trágica de la fundación merece entre otras muchas cosas, una película, ya que los ingredientes permiten "armar" un guión memorable sobre esta saga de amor y heroísmo.
Eran los años finales de la década de 1920. En esa época llegó a Colombia el ingeniero alemán Karl Kohlsdorf, que había trabajado cuatro años en África enseñando a los nativos el cultivo del cacao. En su patria se enteró de que la Universidad Nacional de Colombia necesitaba un experto en cacao. Viajó, pues, a nuestro país y durante dos años fue profesor de la Universidad a la que entregó todo su saber en lo referente al cultivo del cacao.
El conocido periodista huilense Liberio Jiménez publicó un libro sobre la vida de la familia Kohlsdorf y su obra conservacionista en la Reserva Meremberg, titulado "Soldado de dos mundos"; de esta obra extraigo algunas informaciones y datos para estos artículos. Cuando el último gobierno de la hegemonía conservadora decidió abrir una carretera que uniera los departamentos de Huila y Cauca, exactamente entre la Plata y Popayán, Karl se le midió a la empresa. Acompañado de baquianos y peones, como nos cuenta Liberio, se metió a las selvas húmedas de la Cordillera Central, machete en mano, buscando el mejor trazado para la carretera.
Trabajaban incansablemente teniendo siempre a la vista el magnífico telón de fondo del Volcán Puracé que en esa época era una masa completamente blanca por el casquete de hielo y nieve; hoy el volcán luce gris y oscuro; la nieve ha desaparecido y solamente en días muy fríos la cima amanece nevada y al salir el sol el manto blanco se derrite.
En el ascenso hacia la cima de la cordillera encontraron una meseta en la que los yarumos blancos parecían árboles coronados por copos de nieve. El alemán quedó extasiado contemplando estos árboles maravillosos que, desde luego, no existen en la lejana Selva Negra de su tierra natal.
El aire fresco y puro, la belleza suprema de los bosques, la serenidad total, el silencio solo roto por los trinos de los pájaros y por el ulular del viento, todo ello llenó su espíritu poético y decidió que allí viviría y moriría. Y así fundó Meremberg, que significa mar y montaña. Todas esas tierras pertenecieron, en su momento, al general Tomás Cipriano de Mosquera y luego pasaron a otras manos.
Yo visité Meremberg hace tres años y me alojé en la preciosa casa, toda ella en madera, que construyó el propio Karl en 1932, en la meseta que lo había fascinado, en medio del bosque.
La colonia de alemanes de Bogotá colaboró con Karl para la compra de la propiedad. Esta fue una acción muy hermosa y no se prolongó a lo largo de los años siguientes por el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial, que trajo dificultades para los germanos en nuestro país. Karl hizo venir a Colombia a toda su familia compuesta por la esposa Elfrids, su hija Mechthild de 12 años y el niño Helmut de 10. Y así se inició la bella historia de Meremberg, historia que sería empañada por una tragedia.