En una superficie de una hectárea cuadrada de su territorio hay más especies de insectos, unas cien mil, que en todo el territorio de Estados Unidos y Canadá juntos. En sus árboles hay variedad de primates, todos vistosos y hermosos, de varias docenas. También loros, periquitos, mariposas, jaguares. En fin, un emporio de mamíferos, aves, insectos y anfibios como tal vez no exista en otro lugar sobre la tierra. Y el reino vegetal no se queda atrás: infinidad de plantas que la ciencia ni siquiera conoce en medio de arboles gigantescos, cada uno de ellos un mundo en sí mismo que da sustento a orquídeas, bromelias, enredaderas, colonias de insectos y aves, en un universo alucinante donde el verde es el color de fondo. El parque nacional de Yasuní, en el Ecuador, es para muchos expertos el sitio de mayor biodiversidad sobre el planeta, es la joya de la corona amazónica, y está justo en los límites con Colombia. Su gran riqueza proviene de su ubicación única: es el punto de encuentro entre los Andes, el Amazonas y la línea ecuatorial. En el parque también habitan tribus ancestrales de huaoranis y quechuas, algunos de ellos todavía nómadas y casi sin contacto con la civilización occidental. En resumen, el Dorado del siglo XXI que cambia el amarillo del oro por un multicolor con fondo verde.
Debajo del suelo de esta gran riqueza se esconde otra fortuna: gigantescas reservas de petróleo. El gran problema es que cuando confluyen estos dos patrimonios, el verde y el negro, éste termina devorando al primero. En el parque Yasuní ya se siente la avanzada, en sus alrededores pululan la exploración y explotación de pozos petroleros que empiezan a restringir y a amenazar el frágil mundo de la selva. Y nuevamente llega Lope de Aguirre, esta vez encarnado en las empresas petroleras, con sus camiones, helicópteros, taladros, maquinaria y cientos de operarios.
Debido a un enorme progreso tecnológico en la industria petrolera se ha avanzado radicalmente en la efectividad de la exploración y detección de reservas petroleras, en su evaluación y en las posibilidades para su extracción. Es por esto que en muchas partes está brotando este hidrocarburo a borbotones. Pero a diferencia de unas décadas atrás, hoy el petróleo no es necesariamente una buena noticia, o dicho de otra manera: riqueza de hoy, pobreza mañana. Porque también las últimas décadas han traído nueva información, y nuevos hechos, que nos dicen que hay una riqueza muy superior al "oro negro", la tierra misma, y en especial tierras como la del Yasuní.
Para gobiernos como los nuestros -Colombia, Ecuador, Perú, Brasil, surge entonces un gran dilema: sacar el petróleo, y también todos los minerales que se encuentren bajo su suelo, lo que genera importantes recursos para el Estado y sus políticas sociales, o no tocar sus reservas biológicas y dejar la naturaleza intacta, conscientes del infinito valor que especialmente a futuro tiene este tipo de riqueza. Lo que está sucediendo, matizado por paños de agua tibia y eufemismos con ropaje ambiental, es que la codicia de muchas empresas petroleras, que no se paran en reparos para extraer el petróleo como modernos dráculas, camina de la mano de las necesidades de los gobiernos para destrozar aquello que no es posible ver con los ojos del dinero.
El presidente ecuatoriano planteó en 2007 la iniciativa denominada "Ishpingo-Tambococha-Tiputini - ITT", que toma el nombre del gigantesco reservorio de petróleo que yace debajo del parque Yasuní. La propuesta de Correa es que teniendo en cuenta que los recursos que su país podría derivar de la explotación del campo ITT serían de más de siete mil millones de dólares, países e instituciones internacionales interesados en la conservación ambiental aportaran la mitad de esta suma, tres mil seiscientos millones de dólares, para programas de desarrollo social en el Ecuador y así poder dejar esta región intacta. Hasta ahora solo ha recibido ofrecimientos que suman doscientos millones de dólares, lo que ya deja ver el fracaso de la idea.
Los elementos implicados en el dilema ‘verde-negro’ no son sencillos, especialmente en países donde los recursos que llegan por explotación minero-energética son importantes. Sin embargo, haciendo las sumas y restas del caso y pensando en el futuro, no hay duda que hay que proteger el verde y los demás colores que este sustenta por encima del negro petróleo. Porque en ese futuro, tal vez más pronto de lo pensado, podremos tener fuentes de energía mucho más sanas y amigables, pero no podríamos resucitar lo que hoy se extinga o muera debido al daño causado por la ‘fiebre negra’, y eso que puede llegar a morir es mucho más valioso que el petróleo y el dinero que este deje.