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Juan Manuel Llano Uribe

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Escribir sobre Juan Manuel Llano en estos momentos es escribir sobre una tragedia humana imposible de describir. Es escribir sobre el amargo llanto de una madre destrozada y un padre que solo ansía morir, porque el mayor de sus muchos hijos está en una celda oscura y de barrotes, igual a las de los grandes criminales y malhechores, escoria y basura de la sociedad. Y qué decir de su amorosa esposa, su compañera en las buenas y en las malas, buscando consuelo en sus hijos, igualmente doloridos.

Este columnista llena su espacio casi con la misma pena y dolor. Lazos familiares muy afectuosos lo unen a esta familia ilustre, descendiente de lo más preclaro de la vida de la ciudad de Manizales y del departamento de Caldas. Ancestros, llegados a estas tierras que han honrado con sus virtudes y ejecutorias por las cuales han sido respetados y enaltecidos, a lo largo de sus generaciones.

Juan Manuel llegó a la Alcaldía de Manizales mediante una votación popular, cargo honorífico como ninguno otro en esta sociedad, exigente y demandante, de condiciones especiales, para ser representada. Juan Manuel llegó a esta casa consistorial, seguro de su idoneidad y dignidad, tal como lo exigirían sus mayores.

¿Qué fue lo que pasó en el curso de su mandato? La justicia lo ha tomado en sus manos y lo acusa penalmente. Ni el suscrito ni sus amargados madre y padre, ni sus eminentes hermanos, ni su distinguida esposa e hijos, todos infinitamente lacerados, levantarán un dedo para interrumpir su juicio.

Callados y sumisos esperan el dictamen judicial, hasta ahora no producido. Acatarán lo que allí se dicte. Si su inocencia se comprueba, el gozo y la alegría retornarán a sus hogares. Igualmente si el juez de la República lo condena, todos agacharán la cabeza y solo el Dios de los cielos podrá consolarlos.

Pero hasta ahora su suerte está en manos de la Fiscalía que investiga el actuar de su gobierno. También hasta ahora Juan Manuel tiene el derecho constitucional de presunción de inocencia. Un derecho que Juan Manual goza hasta el momento en que el juez lo condene, si así fuere su veredicto.

Mientras tanto Juan Manuel es víctima de la saña del fiscal que lo acusa. No solo hurga, remueve y palpa escritorios y rincones, buscando e indagando por doquier en todo aquello que pueda condenar a Juan Manuel, sino que va más allá de lo que perentoriamente le ordena la ley. Declararlo a su voluntad, como un peligro para la sociedad, es algo que inclusive supera el encono y el rencor.

La ley es la ley y por dura que sea hay que acatarla. Y así será. Pero pedir medida de aseguramiento para llevar a Juan Manuel a las frías mazmorras de la cárcel de Manizales, despreciando su derecho de presunción de inocencia, es algo inicuo y un acto ligero del juez que aprobó semejante bajeza. Si querían herir más a su madre y a todos los suyos, apuntaron bien, con odio y destreza. La ley se lo permite, pero es opcional, al criterio de los intérpretes de la justicia.

Uno tiene que calificar así estas actitudes porque Juan Manuel, culpable o inocente, le ha dado la cara a las autoridades judiciales, con valor y honestidad, durante este largo y amargo proceso. Pensar que se puede escapar, es una presunción inaceptable por ignorar de qué raza y familia es Juan Manuel. Como lo es sospechar que este su acusado, puede tramar, con compinches imaginarios, destrucción de pruebas o documentos que lo puedan condenar.

Al parecer todo está consumado. Pero con todo y eso los suyos incluyendo quien esto escribe, estarán al lado de Juan Manuel, aceptando su condena si es culpable o con regocijo yendo a su rescate de donde se encuentra y con él, al reintegro de su familia, si el juez lo declara inocente.


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